Feminismos: liberación o dependencia
En países con grandes desigualdades económicas y sociales, las chances de éxito para los feminismos que responden a un modelo unívoco y globalizado de emancipación colisionan con las realidades de los sectores mayoritariamente precarizados a los que representan. Un pensamiento situado, mayor margen de maniobra frente a las instituciones, entre otras variables, resultan necesarias para feminismos periféricos y anti corporativos.
Por Nancy Giampaolo* * *Periodista, guionista y docente. © Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
“Creo que la clase trabajadora empezó a pensar que el feminismo, el anti racismo, los derechos LGBTIQ o el multiculturalismo son ideas promovidas por la elite en contra de la clase media, media baja y obrera”, señaló la pensadora norteamericana Nancy Fraser el mes pasado durante una entrevista (1). El cuadro no es ajeno a una Argentina atravesada por la agenda de género. El uso de los discursos de diversidad por parte de las grandes empresas, la cancelación, el escrache, la estigmatización de las comunidades religiosas o la puesta en cuestión de la presunción de inocencia para los varones, entre otros factores, propiciaron esta interpretación, extendida entre las clases más vulnerables, del género como otra herramienta del poder para perpetuar su dominación.
Las tensiones relacionadas a las querellas entre las distintas clases sociales y nichos etarios no son una novedad dentro del movimiento de mujeres: “En Francia el feminismo tiene mucho recorrido. Existe cierta disputa entre las feministas históricas, que han peleado y ganado hace casi 50 años muchos de los derechos de los que hoy gozamos todas, y las chicas que han empezado a hacer denuncias a partir del Me Too” afirmaba Laurence Debray cuando vino a presentar su libro Hija de Revolucionarios, en 2019, e insistía en la necesidad de pensar situadamente: “Lo que ayuda es la educación, y en el caso de las francesas, darnos cuenta de que tenemos muchos privilegios que no tienen las mujeres de lugares como Argentina, entre muchos otros países de América Latina, Medio Oriente o África, con altos índices de pobreza y marginación” (2). La investigadora española Fina Birulés suscribe a que el pensamiento situado debe complementarse con una lectura abierta de la historia: “Es muy importante recuperar parte de lo que han hecho las mujeres del pasado sin tener que seleccionar sólo aquellas que se nos parecen. No caer en la tentación de hacer que el pasado sea homogéneo con nuestro presente, sino al contrario, dejar que nos interpele” (3). Todo parece indicar que, en países con desigualdades económicas y sociales, las chances de éxito para los feminismos que responden a un modelo unívoco y globalizado de emancipación colisionan con las realidades de los sectores mayoritariamente precarizados a los que representan.
La perspectiva de género no es magia
Después de haber alcanzado una visibilidad mediática inédita, mujeres y minorías sexuales enfrentan, tanto internacional como localmente, el desafío de gestionar la equidad tan largamente declamada. Según la feminista mexicana Marta Lamas “la perspectiva de género, por sí misma, no abre alternativas políticas, ni sirve para superar la política neoliberal, desmantelar las instituciones patriarcales ni para enfrentar la masculinidad hegemónica. Este enfoque sólo es capaz de incidir analítica y estratégicamente en la dirección de ciertas políticas públicas y acciones gubernamentales. Al reflexionar sobre qué se puede lograr con la transversalización de la perspectiva de género, se ve que urgen estrategias complementarias” (4). La necesidad de ampliar el rango de estrategias y no percibir a la perspectiva de género como una única solución mágica se confirma a nivel local en las crecientes cifras de femicidios y en el incremento de la pobreza y la marginalidad que mujeres y minorías padecen con más fuerza desde el inicio de la pandemia.
Femicidio y pobreza
“En Estados Unidos existe el crimen de odio, no el femicidio. Si un asesinato es una expresión de misoginia que se puede probar, entiendo que exista algo como el femicidio –dice Fraser–, pero me parece que siempre hay que encontrar una justificación que tenga sentido para dar más tiempo de cárcel a una persona. Además, se abren otras preguntas: El hecho de que un hombre mate a una mujer es algo muy malo, ¿pero es realmente peor que si una persona blanca mata a una persona negra?”. En Argentina, el femicidio es una de las formas de criminalidad más mediatizadas. En tanto irresuelto, es un problema que llama a seguir siendo discutido a la luz de perspectivas que puedan complementarse con la de género. “No somos sólo mujeres u hombres –dice Lamas–, también pertenecemos a una clase social, tenemos cierto color de piel y compartimos una cultura determinada. Enfocarse sólo en una dimensión, como el género, no da cuenta de la complejidad del problema de la desigualdad”. De modo que obligar a los feminismos a dar respuesta a cuestiones que exceden su órbita, es jaquearlos: “La desigualdad social y la violencia no se entienden, y mucho menos se eliminan, sólo con perspectiva de género –continúa Lamas– es posible luchar contra la desigualdad entre mujeres y hombres desde una variedad de lugares y niveles, y el proceso laborioso de transversalizar el enfoque de género en la administración pública es sólo uno más de ellos”. El asesinato de Úrsula Bahillo a manos de un policía después de haber efectuado una gran cantidad de denuncias, evidenció nuevamente los cortocircuitos entre los discursos institucionales de amparo y atención a las víctimas y una realidad que debe auscultarse mejor, tanto en el campo de las fuerzas de seguridad como en los ámbitos jurídico y estatal.
Si bien la coalición gobernante destina un porcentaje muy importante del PBI a las políticas de género (3,4% previsto para 2021), lo que permite respaldar la existencia de múltiples oficinas y organismos que incluyen hasta un ministerio, muchos problemas persisten y se agravan: los agresores pueden sortear medidas perimetrales sin mayores consecuencias, gays y lesbianas reciben un trato discriminatorio en comisarías y juzgados y ni la línea de contención 144, ni las comisarías de la mujer, ni la articulación ministerial con las dependencias provinciales funcionan bien.
Activismos e instituciones
La identificación partidaria no debería suponer feminismos condicionados por la dependencia económica y/o ideológica de estructuras externas a la hora de elaborar crítica y planear gestión. La financiación, privada o estatal, puede convertirse en un arma de doble filo en tanto provee, arrogándose el derecho a restringir, como otrora hacía el jefe de la familia a nivel individual. Este mecanismo asentado en la dependencia, propio de las economías en crisis, se parece al sistema de subsidios como parche continuo de la economía. En este sentido, Fraser reflexiona: “Lo que yo sugiero es que, teniendo una sociedad con mucha desigualdad, los subsidios no son la respuesta, la respuesta es reestructurar la economía para que se vuelva más igualitaria” (5). Así como el subsidio ad infinitum tiene más que ver con la subordinación que con la autonomía, la simbiosis entre activismo y Estado dificulta la transparencia. Atenta a este problema, Lamas propone “un sistema de monitoreo que permita realizar una evaluación por fuera del aparato gubernamental” y advierte que “como las burocracias gubernamentales no cuentan con un dinamismo político propio de sus integrantes, es indispensable la alianza con los actores políticos interesados en la equidad”.
El movimiento de mujeres no tiene por qué responder a problemas que están fuera de su órbita, ni replegarse en favor de ninguna partidocracia. Tras un largo camino recorrido en el mundo, y con un pie firme en la región, los feminismos pueden “encontrar formas de establecer puentes entre las instituciones gubernamentales y las organizaciones independientes de la sociedad para avanzar hacia el objetivo común –resume Lamas– con la disposición de emprender un diálogo que respete las lógicas de actuación de cada instancia: la activista y la institucional, que no son lo mismo”.
Entendiendo la violencia de género como resultado de factores múltiples que, en América Latina, incluyen pobreza, marginalidad, desclasamiento, segregación y falta de representación vinculados, a su vez, a la violencia institucional, la salida parece estar estrictamente ligada a “una ruptura con el feminismo corporativo que ha dominado las últimas décadas, al estilo de Christine Lagarde o Hillary Clinton –razona Fraser– y reorientarse hacia la clase trabajadora, pero no sólo en las palabras, sino a través de la acción palpable en sus resultados”.
2. https://www.losandes.com.ar/laurence-debray-los-franceses-tenemos-que-hacernos-cargo-de-nuestros-privilegios/
3. https://revistadeletras.net/fina-birules-feminismo-genero-natalidad-refugiado/
4. Marta Lamas, El enfoque de género en las políticas públicas, ensayo disponible en https://www.corteidh.or.cr/tablas/r23192.pdf. Todas sus citas fueron extraídas de aquí.
5. https://www.perfil.com/noticias/columnistas/practicas-rebeldes.phtml