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01/03/2025

Un libro reflota viejos y falsos clichés sobre los Papas, de Pío XII en adelante, incluyendo a Francisco

Fuente: telam

Presentado como un “nuevo relato” de la historia reciente del papado, en realidad es un compendio de las habituales críticas que se le formulan a la Iglesia institucional, especialmente por parte de quienes no pertenecen a ella

>El libro Jesus Wept: Seven Popes and the Battle for the Soul of the Catholic Church (Jesús lloró: Siete Papas y la batalla por el alma de la Iglesia Católica) es presentado como un análisis de la evolución del rol de los Papas en el último siglo, pero antes que nada es una crítica a lo poco que ha evolucionado la Iglesia según los criterios del autor, que se centra casi exclusivamente en las cuestiones de moral sexual.

En el New York Times, la escritora Mary Jo McConahay publicó una reseña sobre “Jesús lloró” en la que ironiza: “Las disputas sobre la homosexualidad, el celibato sacerdotal y el control de la natalidad aparecen [en el libro] con tanta frecuencia que el lector podría pensar que el sexo (la palabra o sus derivados están unas 400 veces en 514 páginas de texto) es la principal preocupación de la Iglesia moderna”.

Esto, que Francisco le reprochaba a la Iglesia, les cabe también a sus críticos, que sólo prestan atención a las cuestiones de índole sexual, tanto para atribuirle al catolicismo retraso o rigidez en esta materia, como para medir su grado de renovación que desde la perspectiva de la ultra corrección política se basa sólo en estos criterios.

El reproche antes mencionado del papa Francisco fue que no se le prestara suficiente “atención al anuncio del Evangelio” para pasar “a la catequesis, preferentemente al área moral, y dentro de la moral se prefiere hablar de la moral sexual: que si esto se puede, que si aquello no se puede…”

Esta frase fue celebrada por muchos como expresión de la llegada de vientos “revolucionarios” al Vaticano. Entonces, cuando al día siguiente el Papa dijo que cada niño “injustamente condenado al aborto, tiene el rostro del Señor”, los mismos aplaudidores de la víspera creyeron ver en esto una contradicción.

En concreto, toda la perspectiva de Shenon es lo que podríamos llamar progresista y no debe sorprender: criado en una familia protestante poco practicante de California y declaradamente agnóstico, integra la amplia corriente de críticos de la Iglesia, obsesionados “sólo” con el aborto, la contracepción y el celibato sacerdotal. Es llamativo cómo estas cuestiones parecen molestar más a quienes no perteneces a la grey católica que a sus integrantes.

Hasta ahí, podríamos decir que las críticas de Shenon -un no creyente que no se priva de interpretar a Cristo -”Jesús lloró…”-, aunque poco originales, son un punto de vista que tiene derecho a expresar. “Seguramente las lágrimas del Salvador estarían justificadas hoy por las catastróficas fallas de una iglesia que afirma actuar en su nombre”, escribe Shenon.

Por supuesto que reivindica el Concilio Vaticano II (1962/65), cuyos alcances “revolucionarios” exagera, y que, desde su perspectiva, debía reducir la importancia del Papa en la Iglesia y poner en primer plano a los católicos de a pie. Una simplificación que no contempla el hecho de que la relevancia de la Iglesia católica y su peso en el mundo, además de los factores históricos, se debe justamente a la presencia de una autoridad central y al doble carácter -jefe de la Iglesia y jefe de Estado- de la cabeza de la institución.

No es original la perspectiva de Shenon. ¿En qué consiste la novedad de su libro, entonces? Según la reseña del New Yorker, en “la profundidad de la información” que maneja, “combinada con la estricta observancia de la cronología en su narrativa” (algo lógico por ser un libro de historia) “lo que da un nuevo énfasis al material perdido en el ajetreo del ciclo de noticias.”

La tesis de Shenon es que la forma de comportarse de los Papas, ha desviado la atención de asuntos graves como los abusos sexuales clericales, algo que se contradice con la amplia y permanente cobertura que han tenido -y siguen teniendo- esos escándalos que, como en el caso del “yo te creo hermana”, han llevado a pasar por encima de las garantías individuales ya que en estos casos no suele correr la presunción de inocencia.

Las denuncias de abuso -o de encubrimiento- han sido ampliamente usadas como herramientas para descalificar. El caso más notable, pero no el único, ha sido el del Ni hablar de los estridentes y periódicos anuncios de hallazgos de tumbas de niños en las cercanías de Iglesias, que luego resultan ser cadáveres de todas las edades, resultado de que los cementerios se ubicaron por siglos en los predios de las capillas.

Dado que es cronológico, el libro arranca con el papado de Pío XII, Eugenio Pacelli, haciéndose eco de la infamia de acusarlo de hacer la vista gorda al Holocausto. Como no puede negar que el Vaticano salvó a muchos judíos, Shenon le atribuye el mérito a Angelo Roncalli (el futuro Juan XXIII) y a una monja asistente del papa Pío XII; no es la versión de Golda Meir ni de otras autoridades judías que en reiteradas ocasiones agradecieron públicamente al Papa y a la Iglesia por lo hecho para protegerlos de la persecución. Tampoco es el parecer de las muchas familias judías que bautizaron Eugenio a sus hijos en honor a Pacelli.

Hollywood les ha hecho creer a las generaciones post Segunda Guerra Mundial que los aliados entraron a la contienda para salvar a los judíos. Pero, como llegaron bastante tarde para la faena, ¿qué mejor que buscar un chivo emisario? ¿Y quién es el ideal? ¡El Papa! ¡La Iglesia católica!

Pero ni en eso de la no condena tienen razón. Diez años de investigación y tantas fuentes vaticanas no le alcanzaron a Shenon para detectar que la Encíclica Mit Brennender Sorge (Con ardiente preocupación), fechada en el Vaticano el 14 de marzo de 1937, firmada por Pío XI, antecesor de Pío XII, y enviada a Alemania para ser leída en todos los templos católicos el Domingo de Ramos de aquel año, Shenon tampoco se ha enterado de que en esos años de preguerra y durante la misma, ningún gobierno levantó la voz contra la persecución a los judíos.

Nadie recrimina a los Estados con poder de fuego su indiferencia cuando no su complicidad con el exterminio de los judíos y en cambio todos señalan al Vaticano, cuya autoridad es de orden espiritual.

¿El Vaticano es el único Estado que debe dar explicaciones por lo que hizo en la guerra? Olvidan que a Pío XII, en la inmediata posguerra “se lo veía como el gran defensor de los judíos”, agregó Bergoglio.

Y responde el mismo medio: “Todas estas personalidades y muchas más dicen que Pío XII, viendo la imposibilidad de ser útil en una confrontación directa contra Hitler, optó por dar ayuda en total silencio a los perseguidos por el nazismo. Pío XII impartió órdenes personalmente a todas las iglesias, conventos, parroquias, santuarios y seminarios católicos de toda Europa de proteger a todos los judíos posibles, dándoles asilo, refugio, documentos falsos y toda una batería de elementos disponibles para evitar las deportaciones a los Campos de Exterminio. Se calcula que más de 800.000 judíos salvaron sus vidas gracias a la Iglesia Católica y a Pío XII”.

En el esquema de Shenon, Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron dos reaccionarios que se dedicaron a deshacer lo actuado por el Concilio Vaticano II, y Francisco, que quiere reanudar con aquello, se ve frenado por los conservadores. Nuevamente, las reformas que Shenon espera del Papa son el levantamiento de la prohibición del control de la natalidad, la promoción de mujeres en la curia, etc.

Un cambio sustantivo para Shenon sería que la Iglesia deje de ser Iglesia. Tal vez se alegre al saber por ejemplo que algunas congregaciones anglicanas ya consideran eliminar la palabra “iglesia” de sus denominaciones.

En definitiva, dice Paul Baumann, editor del “Evidentemente, Shenon también piensa que la gestión de los abusos sexuales por parte de sacerdotes, obispos y el papado sigue siendo la cuestión que define al catolicismo”, dice, tema en el que el libro se demora con lujo de detalle. “Nadie duda de lo odiosos que fueron esos actos ni de lo cobardes y despistados que resultaron ser a menudo los dirigentes de la Iglesia ante las acusaciones de abusos -dice Baumann-. Pero ya han pasado más de veinte años desde que los obispos estadounidenses adoptaron su Carta de Dallas, y hay buenas razones para creer que los abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes católicos ya no son la amenaza que fueron, al menos en Estados Unidos. ¿Fue terrible la crisis de los abusos? Por supuesto que sí. Pero un libro sobre la historia moderna de la Iglesia católica que sitúa el abuso sexual clerical en su centro y sugiere que nada importante ha cambiado es anacrónico y engañoso”.

Que el Evangelio está primero es algo sobre lo cual los papas Francisco y Juan XXIII, los héroes del libro de Shenon, y los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, sus villanos, estarían de acuerdo”, concluye.

En 2010, el todavía cardenal Jorge Bergoglio decía: “La opción básica de la iglesia en la actualidad no es disminuir o quitar prescripciones o hacer más fácil esto o lo otro, sino salir a la calle a buscar a la gente, conocer a las personas por su nombre. Salir a anunciar el Evangelio”.

Publishers Weekly elogió el libro por su “prodigiosa investigación”, que dio como resultado un “retrato ricamente detallado de una institución compleja, jerárquica y secreta que lidiaba con un mundo en proceso de modernización”.

Pero hubo cosas que sí descubrió Shenon en los diez años que duró su investigación: una, que “el Nuevo Testamento no dice casi nada sobre el control de la natalidad”, como le dijo el autor al periodista radial Dave Davies. Lo raro hubiese sido lo contrario, realmente.

Fuente: telam

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