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01/09/2024

Viviana Rivero regresa con una novela que vincula pasado y futuro a través del Camino de Santiago

Fuente: telam

La escritora best seller de novela romántica e histórica plantea en “Los soles de Santiago” profundos interrogantes sobre la destino de la humanidad. Aqui, Infobae Cultura publica un adelanto

>La narrativa se desenvuelve entre el año 31 a.C. y 2055, conectando a dos mujeres valientes en el Camino de Santiago, en España. En 2055, un futuro distópico muestra a un mundo donde las autoridades globales ejercen un control absoluto sobre la vida de las personas. En estas circunstancias, los adultos mayores han desaparecido tras sucesivas pandemias, y Eme, la protagonista, afronta la pérdida de sus padres, soledad y desempleo. Su vida cambia al conocer a Hache, un miembro de una resistencia que planea un sabotaje en Santiago de Compostela. Para infiltrarse en el lugar sin levantar sospechas, Eme adopta la identidad de una peregrina, lo que la lleva a un viaje de descubrimiento espiritual y amoroso al conocer a Orión.

Mientras Eme avanza por el camino hacia Santiago, se entrelaza con la historia de Cazue, una mujer de la tribu de los astures en el año 31 a.C., que lucha para recuperar a su hijo robado. Esta conexión se profundiza al relacionarse con la mítica mina de oro, Las Médulas, del Imperio romano. La narración destaca el vínculo con la naturaleza y la espiritualidad que ofrecen los caminos ancestrales.

Rivero ha publicado más de diez novelas con gran éxito, y sus obras se han traducido al italiano y se editan en España, Colombia, México, Uruguay, Chile, Paraguay y Perú. Entre sus trabajos destacan Zafiros en la piel, fruto de una inédita experiencia de escritura online en colaboración con Google. En 2017, su libro Los colores de la felicidad fue premiado por los lectores en la Feria del Libro de Buenos Aires. En 2019, El alma de las flores fue finalista del Premio Planeta y se publicó en España en 2020. También ha incursionado en la literatura infantil con El nogal de Joaquín, una historia sobre el cuidado de la naturaleza y el medio ambiente, ilustrada por su hija, Victoria Altamirano.

La Hispania, aldea de la montaña verde, año 31 a. C.

Estoy recostada sobre el camastro de paja en la vivienda de mi padre y escucho el ruido de los insectos de la noche que me llega desde el exterior. Desde donde estoy, veo por la abertura del cuarto la punta de los pinos y me imagino cuánta vida habrá allí.

“Debo dormir, debo dormir”, me repito una y otra vez.

Pero… ¿cómo ahuyentar el dolor de saber que mi hijo no está conmigo? Mis pechos adoloridos cargados de leche lo llaman a gritos, al igual que el pequeño me estará llamando a mí. Lo imagino y la idea me corroe por dentro, me llena de dolor el alma.

A este ramalazo se le une otro: mi padre, que duerme en la pieza de al lado, no sabe que mañana me marcharé. Ese hombre de la tribu de los astures, morador de la montaña verde, ha mostrado su bondad al dejarme entrar a su casa después de que la abandoné en contra de su voluntad. Porque yo, la hija mayor, que debía dar el ejemplo, hice lo que él no quería, y aun así me aceptó.

La noche avanza y se me mezclan los pensamientos con sueños. Siento que abrazo a mi hijo y me sumerjo en el aroma de su piel de bebé de una manera tan real que por unos instantes soy feliz, pero luego aparecen unos brazos fuertes de hombre que otra vez me lo quitan. La pesadilla que se ha repetido durante las últimas noches me despabila y entonces repaso por dónde empezaré el camino. Abandono la idea —lo sé de memoria, lo he repasado mil veces— y de inmediato me vienen imágenes del campamento donde los romanos explotan el oro. Ese lugar donde empezó todo. Si pienso cuándo fue que mi vida cambió, tengo la certeza de que fue el día que pisé ese lugar. Y si me pregunto cuándo comenzaron los cambios nefastos en mi aldea, no tengo dudas de la respuesta: desde que llegaron los romanos y se instalaron en nuestras tierras. Ellos vinieron con sus finas ropas, sus ideas sofisticadas, su poderío y una sed de metales estimulada por su ambición. Ellos trajeron los cambios, mudaron nuestras costumbres, transformaron la existencia tranquila y rutinaria de nuestras aldeas en una muy diferente. El ejército del imperio nos doblegó a filo de espada y de castigos y, finalmente, cuando nos rendimos, nos habíamos vuelto tan codiciosos como ellos.

Pero esta vez nadie me lo quita, y así, abrazada a él, al fin logro dormirme en paz.

Un rato después escucho el canto de un pájaro y de inmediato los gorjeos de otros que me permiten intuir que la primera luz del día aparecerá pronto. Me levanto sigilosa y en el más completo silencio; mis hermanos no deben despertarse. Para no pisarlo, tomo mi vestido con las manos y me voy de puntillas.

El chillido de una bandada de pájaros que ha madrugado me saca de mis pensamientos, debo abandonar el taller antes de que la aldea despierte, es momento de irme, de empezar el camino…

Me cruzo la bolsa al cuerpo, la ato con un nudo y dejo que se pierda entre las telas de mi rústico vestido. Me acomodo la larga trenza de color castaño hasta darle forma de rodete sobre mi cabeza; así será más fácil llevar el pelo. Deseo que, en el camino, si me ven de lejos, crean que soy un muchacho. Con la confusión, correré menos peligros.

El camino, mis pies y mis pensamientos. Sólo eso tendré por varios días. Sólo eso, todo eso.

Fuente: telam

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