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21/01/2025

A 30 años de la detención tras una cinematográfica fuga de la cárcel de Devoto del hombre que se considera “el mejor ladrón del país”

Fuente: telam

En 1994 Hugo Sosa -junto a otros delincuentes- se había descolgado por el muro de la prisión y el hecho fue filmado por un vecino. Unos meses más tarde lo apresaron luego de un intenso tiroteo. Se jacta de saber el peso exacto de un millón de dólares

>“Soy el mejor ladrón de la Argentina, uno de los más peligrosos y tengo el récord de fugas, cinco en total, nadie lo logró tantas veces en la historia criminal. Pero nunca maté a nadie, aunque se empecinaron en querer cargarme muertes para dejarme preso, eso ponelo en tu nota.”, me dijo Oscar Hugo Sosa Aguirre, alias La Garza, Cacho o El Flaco, allá por mediados de 2011, en uno de los momentos en que estuvo en libertad, café de por medio, en el lavadero de autos “Lumat”, ubicado en la avenida Calchaquí, en Quilmes, que regenteaba y llamó así en alusión a sus nietos Luciano y Mateo. Ese era su hábitat, después de haber llegado de muy niño junto a sus padres desde Tucumán y vivir en un conventillo de San Telmo, hasta conseguir la casa propia con dos piezas en el barrio La Cañada en los bajos de Bernal.

Se refería a la huida que protagonizó el 16 de setiembre de 1994 en la cárcel de Devoto. “Fue esa de la que tanto se habló y que es archiconocida porque un vecino nos filmó. Nos pusimos unos delantales de médico y nos fuimos. Hice un trabajito de inteligencia y no existieron armas aunque dijeron que sí para intentar darnos más cana. Siempre cuento que empezó por un llamado del cielo. Una visita que derivó en embarazo y terminó en nacimiento, el de mi hijito Luciano que llegó el 25 de junio de ese año con síndrome de down. Necesitaba verlo y estar cerca de mi familia, por eso me las piqué. Saltamos de la cancha al hospital. Había cosido unos delantales en el calabozo, pasamos por tres puertas donde había guardias que nos saludaron como doctores. Lo único que me robé fue un estetoscopio. Después nos descolgamos por el muro. Abajo gente mía me estaba esperando. Decían que salimos armados, nada que ver. Las pistolas eran de madera. A los cuatro meses me agarraron por afanar un blindado en Carapachay. La yuta me tiraba de todos lados, perdí el conocimiento y cuando desperté estaba en el hospital”, recuerda con lujo de detalles. Lo detuvieron el 17 de enero de 1995 junto a Sixto Albarenque y Rodolfo, hace treinta años.

La primera causa de La Garza tuvo lugar el 13 de diciembre del ‘76 por asociación ilicita y robos reiterados. Fue condenado a siete años y tres meses de prisión, pero se escapó antes de cumplir la condena. En 1985 lo sentenciaron a tres años por tentativa de robo agravado, y tres años más tarde por acopio de armas de guerra. En el ‘91 le descubrieron un arsenal con explosivos y municiones de guerra. Ese año además le encontraron documentos truchos. Él siempre sostuvo que nunca mató, pero en el ‘94 fue procesado por homicidio en ocasión de robo y lesiones en riña y condenado en el ´99 a 20 años de prisión por el asalto en la localidad de La Reja de un camión de caudales donde murió un policía. Luego la Sala I de la Cámara de Casación Penal le concedió el beneficio de la excarcelación por la aplicación de la ley del 2 por 1, entendiendo que le correspondía la aplicación de la norma porque las sentencias no estaban firmes y se había violado el plazo de la prisión preventiva. “En total estuve guardado 12 años, 3 meses y 8 días. Como buen convicto, los taché uno por uno”, repetía Sosa.

A sus fugas les fue poniendo nombres: En el ‘79, en Olmos, “la de las lapiceras Sylvapen”; en el ‘87, “la de los palos de escoba”, en la Unidad 9 de La Plata. Y la de 1991 de la cárcel de Villa Devoto dio origen nada menos que a una película que se llamó El túnel de los huesos. Su relato fue fundamental para el filme. Aquella huida se concretó la medianoche del 30 de noviembre con siete detenidos entre los que estaba Cacho. Un mes les llevó cavar un túnel de unos treinta metros. Casi ni descansaban con el afán de salir. Usaban anfetaminas que habían retirado del hospital de la cárcel para poder estar despiertos. De allí también se llevaron tubos de oxígeno porque en el hueco casi no había aire. Finalmente lograron el objetivo planeado y pudieron levantar las baldosas de la vereda del lado externo de la prisión para lograr la libertad. Pero antes vivieron momentos tétricos...

Así lo contó Sosa previo al estreno de la película que protagonizó Raúl Taibo: “Faltando poco para ganar la calle aparecieron huesos humanos mientras seguíamos escarbando la tierra, una locura, cada vez que lo cuento me pasa que me cuesta creerlo”. Asombrados por lo que encontraron prometieron darlo a conocer cuando salieran y así lo hicieron. Contactaron al experimentado periodista Ricardo Ragendorfer, quien publicó la noticia, que terminó significándole en 1993 el premio Príncipe de Asturias por el trabajo de investigación. “Yo organicé y maquiné el escape. Costó tener herramientas, nada más. En total trabajamos siete. Me ocupé de elegir a cada uno de mis seis compañeros. Cuando aparecieron tibias y vértebras no entendíamos nada. Nos pegamos un susto que no te podés imaginar, pero no podíamos abandonar. Entonces, uno de los pibes, el correntino, armó un rito por respeto a esos muertos, pidiéndoles poder seguir adelante. Con el compromiso de dar a conocer semejante novedad. Hicimos ofrendas de cigarrillos y alimentos en agradecimiento, todo en medio de un laburo y un esfuerzo impresionante”.

Su presente indica que a los 70 años ya lleva 18 años en libertad. Siempre reconoció que cuando lo metían preso era por cometer errores: “Es que la poli trabaja las 24 horas. Y como yo dormía unas seis horas promedio daba ventaja. Durante ese tiempo no pensaba, no trabajaba y ahí perdía”. Recordó en aquella charla que mantuvimos por el estreno de la película que en una oportunidad hasta lo escoltaron con helicópteros: “Fue cuando me traían a Capital en avión de penales que estaban lejos. No sé qué pensaban, ¿Que me iba a tirar por la ventanilla?”. Y entre otras cosas se jactó de haber tenido un millón de dólares en sus manos y de saber cuánto pesa: “Exactamente 11 kilos 300 gramos. Hice la prueba yo mismo, no me la contaron”, describió demostrando absoluta seguridad

-De nada, porque te repito, no maté ni lastimé a nadie, respeté y no fui delator. Aunque pensándolo bien, sí, me arrepiento de mi primer robo. Cuando era un pibe le saqué el monedero del changuito a una viejita que iba a la feria. Cuando lo abrí solo tenía la lista de las compras: papas, zanahorias, lechuga...

Fuente: telam

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