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DERECHOS HUMANOS

Legitimaciones de la crueldad

MILEI, MONTENEGRO, KRAVETZ: DÍAS DE INFAMIA

El discurso de Davos, las prácticas de limpieza étnica de Montenegro en Mar del Plata, el ascenso de Diego Kravetz a la Side. Resistencias cotidianas. Y la lucha de clases como médula ante el resto de las luchas sociales. La pedagogía de la crueldad y la pedagogía de la ternura. La marcha antifascista y antirracista del sábado próximo.

*Por Claudia Rafael(APe).-

 

“Como vieja bruja que soy les digo: elijan las batallas que hay que dar. No se dejen llevar por la agenda de los fachos. Esto no es sólo contra nosotres. Esto es una lucha de clases. Esto es contra los jubilados, contra la universidad y la salud pública, contra la cultura, contra los derechos humanos”. Fue Milena Kalo, drag queen, quien pronunció esas definiciones en la asamblea antifascista y antirracista del sábado en Parque Lezama. Y será la historia la que podrá definir si la marcha del 1 de febrero en más de veinte ciudades del país es el comienzo de algo diferente o si se irá deshilachando en medio de tanto avance de la extrema derecha.

Esa historia, que no se mide en años, se encargará de nombrar este tiempo con las palabras más apropiadas. Mientras tanto, hoy, en esta suerte de presente continuo que parece no tener por ahora fecha de vencimiento, palabras como anestesia y crueldad se ganan dos pasaportes para esa puja en el sitial. Hace ya más de una decena de años, la antropóloga Rita Segato planteó que “la repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora”. En definitiva, hay un acostumbramiento paulatino que se va forjando desde el poder estatal.

Hoy esa crueldad se desayuna, se almuerza y se cena en los discursos oficiales, en las redes, en las calles y se cuela en todo tipo de vínculos sociales. Se mete por las grietas del pensamiento; seduce a jóvenes deseosos de protagonismo que, en otros tiempos, se zambullían en sueños de igualdad y revolución; se inocula en paladines de la ferocidad.

Día por medio, las redes sociales de Guillermo Montenegro, el intendente de Mar del Plata, exacerban la limpieza étnica en las calles de la otrora ciudad de las vacaciones obreras (“la feliz”). Sus paladines municipales se ven arrancando colchones, empujando a quienes dormían en ellos, quitando pertenencias de sus ranchadas. Postea imágenes semejantes a las que Jorge Macri promocionaba (después bajó un poco los decibeles) hablando del antes y el después de las veredas porteñas. La “basura” (léase personas que dormían en las calles) era barrida con manguerazos, hostigamiento y empujones.

Cuando en octubre de 2008, Macri –el original- creó la UCEP (Unidad de Control del Espacio Público) y puso al frente a Pepín Rodríguez Simón (prófugo en Uruguay durante tres años y medio y ahora, en tiempos políticos acordes regresado a la Argentina) se expulsaba violentamente a personas de sus ranchadas entre las 23 y las 3 de la mañana. En plena oscuridad y sin difusión posterior alguna. El objetivo –denunciaron entonces el CELS y la Defensoría del Pueblo de la Ciudad- era el de “desplazar a las personas de sus lugares de reposo”, en “grupos de diez personas o más, que amenazan, coaccionan y, en algunos casos, lesionan a las víctimas para lograr su objetivo”. Al año de existir la UCEP debió ser cerrada. Todavía no era el tiempo.

Las prácticas de Macri (el primo) o Montenegro hoy ponen en escena una obscena exhibición de la crueldad. Ya no se hace en penumbras y, por el contrario, ellos mismos lo difunden. Sin costos políticos.

¿Son originales e innovadores en sus prácticas? Decididamente no. Son los representantes de esa crueldad que forma parte medular de las formas de construcción política de las derechas extremas.

Pachequito, uno de los mendigos de Tucumán.

El 14 de julio de 1977 el dictador Antonio Domingo Bussi (al frente de la gobernación de Tucumán) ordenó una limpieza de “su” provincia. Cargaron en un camión del Ejército a 25 mendigos y los fueron arrojando, en medio de la oscuridad de la noche, en caminos desérticos catamarqueños. Algunos –cuenta la crónica de Miguel Velárdez en diario.ar- “tenían dificultades motrices, otros eran ciegos, la mayoría mostraba signos de tener problemas psíquicos y fueron abandonados en un descampado sin almas. Cinco policías; dos de civil y tres de uniforme azul, se encargaron de cumplir las órdenes de arrojarlos en el monte. No bajaron a todos juntos en un solo lugar, sino que fueron dejándolos en grupos de dos o tres separados cada 20 o 30 kilómetros de distancia. La estrategia policial buscaba que no pudieran regresar, que perdieran la noción del tiempo en un camino desconocido por ellos que se llamaba ruta nacional 67, en Catamarca”. En el grupo había, además, una mujer que –como tal- sufrió el aditamento cruel de ser violada por los obedientes policías. Las categorías de aleccionamiento suelen apelar a todas las técnicas posibles de sometimiento.

Acero y cristal

La crueldad impuesta desembozadamente por el actual presidente no hace más que sacar a la luz conductas y actitudes que, en otros momentos, podrían resultar vergonzantes. Hay una correlación de fuerzas que se fue corriendo. Cuando poco antes de su nombramiento en la SIDE, Diego Kravetz (camaleónico estilo Patricia Bullrich) golpeó siendo funcionario securitario porteño a un adolescente al que acusó de haber robado a su hijo, rodeado de policías, no se produjo escándalo alguno. El ascenso de Kravetz viene de lejos. Y hay en el abanico anecdotario múltiples historias que concuerdan con el episodio anterior: basta recorrer los archivos de su paso por el gobierno de Néstor Grindetti en Lanús. En el sendero de premios y castigos, los Kravetz suelen estar listos para caer siempre del lado correcto.

Cuando el presidente de la Nación habla en Davos se regodea con un sinfín de lugares comunes que forman parte de esa pedagogía de la crueldad de la que se regodea en una práctica de autosatisfacción. Sintetizó que “feminismo, diversidad, inclusión, equidad, inmigración, aborto, ecologismo, ideología de género, entre otros, son cabezas de una misma criatura cuyo fin es justificar el avance del Estado mediante la apropiación y distorsión de causas nobles”.

Con el claro ejercicio del despliegue de la crueldad como política de estado hay una forzada mezcla de agua y aceite pero detrás, cuando los velos se descorren, resulta claro y transparente que se trata de transformar en zonas de sacrificio a territorios y a ciertas categorías humanas. En un camino que, a medida que avanza, se torna de difícil retroceso.

Hay que elegir cuáles batallas poner en marcha pero es imprescindible la reacción en medio de tanta anestesia. La historia, nuestra historia, está plagada de banderas y liderazgos que –decía Rodolfo Walsh- las clases dominantes han tratado de borrar de las memorias. Para provocar que cada lucha deba empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores.

Y en medio de tanta pedagogía de la crueldad la ternura, aquella que Alberto Morlachetti decía que era el insumo básico para la victoria, deberá ser modelada con acero y cristal. Porque como escribieron con sus cuerpos y sus prácticas a su tiempo las Madres, la resistencia es un camino demasiado largo y, a su vez, urgente

 

 

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